¡A la bancarrota! La crisis de la deuda es la mayor amenaza para EE.UU.

Chalmers Johnson
Tom Dispatch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
27/01/08

Durante el próximo mes, el Pentágono presentará su presupuesto para 2009 al Congreso y se puede apostar que será aún mayor que aquel exorbitante de 2008. Como el Ejército y los Marines, el propio Pentágono tiene más obligaciones que recursos y está bajo presión – y como los dos servicios, que se espera sumarán otros 92.000 soldados durante los próximos cinco años (con un coste estimado de 1.200 millones de dólares por cada 10.000), la reacción del Pentágono es de reducir jamás, sino expandir siempre, pedir siempre más.

Después de todo, existen esas desastrosas guerras afgana e iraquí que siguen engullendo dólares del contribuyente a diestro y siniestro. Y hay que pensar en lo que los entusiastas gustan de llamar “la próxima guerra,” es decir: armas muy onerosas, todos esos aviones jet, barcos, y blindados para el futuro. Y no hay que olvidar los sistemas “de guerra centrada en Red” al estilo de Rumsfeld, todavía populares: (robots, aviones teledirigidos, satélites de comunicación, y cosas parecidas), para no hablar de los juguetes asesinos espaciales que en pleno desarrollo; y todos esos equipos arruinados en Iraq y Afganistán que tienen que ser masivamente reemplazados – y todos esos seres humanos arruinados que hay que atender.

El espíritu del problema se aprecia en un reciente editorial en la revista profesional Aviation Week & Space Technology:

“Lo que Washington debe encarar es que casi cinco años de guerra han dejado a las fuerzas de EE.UU. en peores condiciones que en toda una generación, sí, desde Vietnam, y restaurarlas requerirá refuerzos presupuestarios como nunca han existido en el pasado.”


...Siga leyendo esta noticia, haciendo click en el título...


Incluso en las pocas ocasiones en las que – como en el caso del avión de carga C-17 de Boeing – el Pentágono ha decidido cancelar un proyecto, hay que pensar en el Congreso. Los contratos y subcontratos para sistemas de armas, cuidadosamente distribuidos a tantos Estados como sea posible, significan puestos de trabajo, y por ello el Congreso rechaza a menudo semejantes recortes. (Cincuenta y cinco miembros de la Cámara advirtieron recientemente al Pentágono de una “enérgica reacción negativa” si el financiamiento del C-17 fuera extirpado del presupuesto para 2009.) Todo esto, lleva a un menú de defensa apropiado para un glotón.

El Secretario de Defensa, Robert Gates, ya dijo que el financiamiento para 2009 “ha sido fijado en gran parte.” Las gigantescas coaliciones militares-industriales - Lockheed Martin, Northrop Grumman, Boeing, Raytheon – han visto aumentar sus acciones en tiempos que de otra manera han sido traicioneros. Tienen esperanzas. Como señalara Ronald Sugar, presidente de Northrop: “Una gran potencia global como EE.UU. necesita una gran armada y una gran armada necesita una cantidad adecuada de barcos, y deben ser modernos y capaces” – y adivinad ¿qué compañía es la mayor constructora de barcos para la Armada?

No debiera haber nada sorprendente en todo esto, especialmente para aquellos de nosotros que han leído “Némesis: los últimos días de la república estadounidense” de Chalmers Johnson, el último volumen de su “Blowback Trilogy.” Publicado en 2007, ya es un clásico sobre lo que el exceso de obligaciones y los recursos limitados del imperio significan para el resto de nosotros. La edición en rústica de “Némesis” aparece oficialmente hoy, precisamente cuando se derrumban los mercados bursátiles globales. Es simplemente una lectura obligatoria (y si ya lo has leído, compra una copia para un amigo). Mientras tanto, estudia el último informe magistral sobre cómo los cañones más poderosos que el Pentágono puede conseguir amenazan con hundir nuestro propio país. (Los interesados hagan clic aquí para ver una secuencia de una nueva película [en inglés]: "Chalmers Johnson on American Hegemony," en la serie Speaking Freely de los Estudios Cinema Libre en la que discute el keynesianismo militar y la bancarrota imperial.) Tom

¡A la bancarrota!

La crisis de la deuda es la mayor amenaza para la República EE.UU.

Autor: Chalmers Johnson


Los aventureros militares del gobierno de Bush tienen mucho en común con los dirigentes corporativos de la difunta compañía energética Enron. Ambos grupos pensaron que eran “los tipos más listos en la sala” de la película premiada de Alex Gibney sobre lo que anduvo mal en Enron. Los neoconservadores en la Casa Blanca y el Pentágono se pasaron de listos. Lo único que no encararon fue el problema de cómo financiar sus confabulaciones de guerras imperialistas y dominación global.

Como resultado, al llegar 2008, el propio EE.UU. se encuentra en la posición anómala de no poder pagar por sus propios altos niveles de vida o su derrochador, exageradamente grande, establishment militar. Su gobierno ni siquiera trata de reducir los ruinosos gastos de mantener enormes ejércitos permanentes, de reemplazar equipos que han sido destruidos o gastados en siete años de guerras, o de preparar una guerra en el espacio exterior contra adversarios desconocidos. En su lugar, el gobierno de Bush posterga esos costes para que sean pagados – o repudiados – por futuras generaciones. Esta redomada irresponsabilidad fiscal ha sido disfrazada usando numerosas artimañas financieras manipuladoras (como ser llevar a países más pobres a que nos presten sumas sin precedentes) pero viene rápidamente el momento del ajuste de cuentas.

Ha habido tres amplios aspectos en nuestra crisis de la deuda. Primero, en este año fiscal (2008) estamos gastando cantidades demenciales de dinero en proyectos de “defensa” que no tienen que ver con la seguridad nacional de EE.UU. Simultáneamente, mantenemos los impuestos sobre los ingresos de los segmentos más ricos de la población estadounidense a niveles sorprendentemente bajos.

En segundo lugar, seguimos creyendo que podemos compensar la erosión acelerada de nuestra base manufacturera y nuestra pérdida de puestos de trabajo a países extranjeros mediante masivos gastos militares – el así llamado “keynesianismo militar,” que discuto en detalle en mi libro “Nemesis: The Last Days of the American Republic.”

Al hablar de keynesianismo militar, quiero decir la errónea creencia de que políticas públicas concentradas en guerras frecuentes, inmensos gastos en armas y municiones, y grandes ejércitos permanentes pueden sustentar indefinidamente una economía capitalista acaudalada. En realidad, la verdad es todo lo contrario.

Tercero, en nuestra devoción por el militarismo (a pesar de nuestros limitados recursos), dejamos de invertir en nuestra infraestructura social y otros requerimientos para la salud a largo plazo de nuestro país. Son lo que los economistas llaman “costos oportunistas,”

cosas que no se hacen porque gastamos nuestro dinero en otras cosas. Nuestro sistema de educación pública se ha deteriorado de modo alarmante. No hemos asegurado la atención sanitaria de todos nuestros ciudadanos y hemos desatendido nuestra responsabilidad como el contaminador número uno del mundo. Lo que es más importante, hemos perdido nuestra competitividad como fabricante para necesidades civiles – un uso infinitamente más eficiente de recursos escasos que la fabricación de armas. Quisiera discutir cada uno de estos aspectos.

El actual desastre fiscal

Es virtualmente imposible exagerar el despilfarro que constituyen los gastos de nuestro gobierno en las fuerzas armadas. Los gastos planificados por el Departamento de Defensa para el año fiscal 2008 son mayores que todos los demás presupuestos militares combinados. El presupuesto suplementario para pagar por las actuales guerras en Iraq y Afganistán, que no forma parte del presupuesto oficial de defensa, es en sí mayor que los presupuestos militares combinados de Rusia y China. Los gastos relacionados con la defensa para el año fiscal 2008 excederán 1 billón de dólares por primera vez en la historia. EE.UU. se ha convertido en el mayor vendedor por sí solo de armas y municiones a otras naciones en la Tierra. Sin considerar las dos guerras actuales del presidente Bush, los gastos de defensa se han más que duplicado desde mediados de los años noventa. El presupuesto de defensa para el año fiscal 2008 es el mayor desde la Segunda Guerra Mundial.

Antes de que tratemos de desglosar y analizar esa suma inmensa, se precisa una advertencia importante. Las cifras sobre gastos de defensa se destacan por ser poco fiables. Las cifras publicadas por el Servicio de Referencia del Congreso y la Oficina del Presupuesto del Congreso no coinciden las unas con las otras. Robert Higgs, miembro sénior responsable de economía política en el Independent Institute, dice: “Un principio bien fundamentado es tomar el presupuesto básico total del Pentágono (siempre bien publicitado) y duplicarlo.” Incluso una mirada a la ligera a artículos en la prensa sobre el Departamento de Defensa mostrará importantes diferencias en las estadísticas sobre sus gastos. Entre un 30 y un 40% del presupuesto de defensa es “negro,” lo que quiere decir que esas secciones contienen gastos ocultos para proyectos confidenciales. No hay modo posible de saber qué incluyen o si sus montos totales son exactos.

Hay numerosas razones para esta prestidigitación presupuestaria – incluyendo un deseo de mantener el secreto por parte del presidente, del secretario de defensa, y del complejo militar-industrial – pero el motivo principal es que miembros del Congreso, que se benefician enormemente de los puestos de trabajo en la defensa y de proyectos oportunistas para congraciarse con el electorado en sus distritos, tienen un interés político en el apoyo al Departamento de Defensa. En 1996, en un intento de aproximar en algo los estándares contables dentro del poder ejecutivo a los de la economía civil, el Congreso aprobó la Ley de Mejora de la Administración Financiera Federal. Requería que todas las agencias federales contrataran a auditores externos para que revisaran sus libros y publicaran los resultados. Ni el Departamento de Defensa, ni el Departamento de Seguridad Interior lo han hecho una sola vez. El Congreso se ha quejado, pero no ha castigado a ninguno de los departamentos por ignorar la ley. El resultado es que hay que considerar que todas las cifras publicadas por el Pentágono son sospechosas.

Al discutir el presupuesto de defensa del año fiscal 2008, tal como fue entregado a la prensa el 7 de febrero de 2007, me han guiado dos experimentados y confiables expertos: William D. Hartung de la Iniciativa de Armas y Seguridad de la New America Foundation y Fred Kaplan, corresponsal de defensa de Slate.org. Están de acuerdo en que el Departamento de Defensa solicitó 481.400 millones de dólares para salarios, operaciones (excepto en Iraq y Afganistán), y equipamiento. También están de acuerdo en un cifra de 141.700 millones de dólares para el presupuesto “suplementario” para librar la “guerra global contra el terrorismo” – es decir las dos guerras actuales que el público en general podría pensar que están realmente cubiertas por el presupuesto básico del Pentágono. El Departamento de Defensa también solicitó 93.400 millones de dólares adicionales para pagar costos de la guerra no mencionados hasta ahora y, de modo más creativo, otra “asignación” (un nuevo término en documentos presupuestarios para la defensa) de 50.000 millones de dólares a ser cargados al año fiscal 2009. Esto lleva a un pedido total de gastos del Departamento de Defensa de 766.500 millones de dólares.

Pero hay mucho más. En un intento de disfrazar la verdadera dimensión del imperio militar estadounidense, el gobierno ha ocultado durante mucho tiempo importantes gastos relacionados con las fuerzas armadas en otros departamentos fuera de Defensa, Por ejemplo, 23.400 millones de dólares para el Departamento de Energía van al desarrollo y mantenimiento de ojivas nucleares; y 25.300 millones de dólares en el presupuesto del Departamento de Estado son gastados en ayuda militar al extranjero (sobre todo para Israel, Arabia Saudí, Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Pakistán). Ahora necesitan otros 1.030 millones de dólares, fuera del presupuesto oficial del Departamento de Defensa, para incentivos de reclutamiento y de re-alistamiento para las fuerzas armadas de EE.UU. que carecen de recursos para cumplir con sus obligaciones, en comparación con sólo 174 millones de dólares en 2003, el año en el que comenzó la guerra en Iraq. El Departamento de Asuntos de Veteranos recibe actualmente por lo menos 75.700 millones de dólares, 50% de los cuales van para la atención a largo plazo de los terriblemente heridos entre los por lo menos 28.870 soldados heridos hasta ahora en Iraq y otros 1.708 en Afganistán. La suma es universalmente criticada por ser inadecuada. Otros 46.400 millones de dólares son destinados al Departamento de Seguridad Interior.

En esta compilación también faltan 1.900 millones de dólares del Departamento de Justicia para las actividades paramilitares del FBI, 38.500 millones de dólares para el Departamento del Tesoro destinados al Fondo de Retiro de las Fuerzas Armadas; 7.600 millones para las actividades relacionadas con las fuerzas armadas de la NASA; y bastante más de 200.000 millones en intereses por pasados desembolsos financiados con deudas. Esto lleva los gastos de EE.UU. para su establishment militar durante el actual año fiscal (2008), calculados de modo conservador, a por los menos 1,1 billones de dólares.

Keynesianismo militar

Semejantes gastos no son sólo obscenos desde el punto de vista moral, sino que son insostenibles desde el punto de vista fiscal. Numerosos neoconservadores y estadounidenses patrióticos mal informados creen que, incluso si nuestro presupuesto de defensa es inmenso, nos lo podemos permitir porque somos el país más rico de la Tierra. Lamentablemente, esa declaración ya carece de valor. La entidad política más rica del mundo, según el “Libro mundial de datos” de la CIA, es la Unión Europea. El PIB de la UE en 2006 (producto interno bruto – todos los bienes y servicios producidos en el interior) fue calculado como ligeramente superior al de EE.UU. Sin embargo, el PIB en 2006 de China fue sólo ligeramente inferior al de EE.UU., y Japón fue el cuarto país más rico del mundo.

Una comparación más convincente, que revela hasta qué punto nos va peor, puede ser encontrada en las “cuentas corrientes” de varias naciones. La cuenta corriente mide el superávit comercial neto o déficit de un país, más los pagos internacionales de intereses, royalties, dividendos, capital de ganancias, ayuda extranjera, y otros ingresos. Por ejemplo, para que Japón fabrique algo, debe importar todas las materias primas necesarias. Incluso después de hacer ese increíble gasto, todavía logra un superávit comercial de 88.000 millones de dólares por año con EE.UU. y goza del segundo balance de cuenta corriente del mundo por su tamaño. (China es número uno.) EE.UU., al contrario, es número 163 – el último de la lista, peor que países como Australia y el Reino Unido que también tienen grandes déficit comerciales. Su déficit de cuenta corriente en 2006 fue de 811.500 millones de dólares; el segundo peor fue el de España con 106.400 millones de dólares. Esto es lo que es insostenible.

No se trata sólo de que nuestro gusto por bienes extranjeros, incluyendo el petróleo importado, excede en mucho nuestra capacidad de pagar por ellos. Los financiamos a través de préstamos masivos. El 7 de noviembre de 2007, el Tesoro de EE.UU. anunció que la deuda nacional había excedido los 9 billones de dólares por primera vez en la historia. Fue sólo cinco semanas después de que el Congreso elevara el así llamado “tope del endeudamiento” a 9,815 billones de dólares. Si comenzamos en 1789, cuando la Constitución se convirtió en la ley suprema del país, la deuda acumulada por el gobierno federal no ascendió a 1 billón hasta 1981. Cuando George Bush llegó a presidente en enero de 2001, era de aproximadamente 5,7 billones. Desde entonces, ha aumentado en un 45%. Esta inmensa deuda puede ser explicada en gran parte por nuestros gastos en defensa en comparación con el resto del mundo.

Los diez principales gastadores militares y las cantidades aproximadamente que cada país presupuesta actualmente para su establishment militar son:

1. EE.UU. (presupuesto año fiscal 2008): 623.000 millones de dólares

2. China 2004): 65.000 millones

3. Rusia: 50.000 millones

4. Francia (2005): 45.0000 millones

5. Japón (2007): 41.750 millones

6. Alemania (2007): 35.100 millones

7. Italia (2003): 28.200 millones

8. Corea del Sur: 21.100 millones

9. India: (EST. 2005): 19.000 millones

10. Arabia Saudí (EST. 2005): 18.000 millones

Gastos militares totales del mundo (EST. 2004): 1.100.000 millones de dólares

Gastos totales del mundo (menos EE.UU.): 500.000 millones de dólares.

Nuestros excesivos gastos militares no se desarrollaron sólo en unos pocos años o simplemente debido a las políticas del gobierno de Bush. Lo han hecho durante mucho tiempo siguiendo una ideología superficialmente plausible y ahora se han arraigado en nuestro sistema político democrático en el que comienzan a hacer estragos. A esta ideología la llamo “keynesianismo militar” – la determinación de mantener una economía de guerra permanente y de tratar a la producción militar como si fuera un producto económico ordinario, aunque no haga ninguna contribución ni a la producción ni al consumo.

Esta ideología data de los primeros años de la Guerra Fría. Durante los últimos años de la década de los cuarenta, EE.UU. estaba obsesionado por ansiedades económicas. La Gran Depresión de los años treinta había sido superada sólo por el auge de la producción de guerra de la Segunda Guerra Mundial. Con la llegada de la paz y la desmovilización, hubo un temor dominante de que volviera la Depresión. Durante 1949, con la alarma por la detonación por la Unión Soviética de una bomba atómica, la inminente victoria comunista en la guerra civil china, una recesión interior, y el descenso de la Cortina de Hierra alrededor de los satélites europeos de la URSS, EE.UU. trató de preparar una estrategia básica para la guerra fría emergente. El resultado fue el militarista Informe del Consejo Nacional de Seguridad 68 (NSC-68) redactado bajo la supervisión de Paul Nitze, en aquel entonces miembro del Equipo de Planificación Política en el Departamento de Estado. Con fecha del 14 de abril de 1950, y firmado por el presidente Harry S. Truman el 30 de septiembre de 1950, estableció las políticas económicas públicas básicas que EE.UU. sigue aplicando hasta la actualidad.

En su conclusión, NSC-68 afirmó: “Una de las lecciones más significativas de nuestra experiencia en la Segunda Guerra Mundial fue que la economía estadounidense, cuando opera a un nivel que se aproxima a la eficiencia total, puede proveer enormes recursos para otros fines que el consumo civil mientras asegura al mismo tiempo un alto estándar de vida.”

Con este concepto, los estrategas estadounidenses comenzaron a crear una masiva industria de municiones, tanto para contrarrestar el poder militar de la Unión Soviética (que exageraron consistentemente) como para mantener el pleno empleo y prevenir un posible retorno de la Depresión. El resultado fue que, bajo el liderazgo del Pentágono, se crearon industrias enteramente nuevas para fabricar grandes aviones, submarinos a propulsión nuclear, ojivas nucleares, misiles balísticos intercontinentales, y satélites de vigilancia y de comunicaciones. Esto llevó a aquello contra lo que advirtió el presidente Eisenhower en su discurso de despedida del 6 de febrero de 1961: “La conjunción de un inmenso establishment militar y de una gran industria de armamentos es nueva en la experiencia estadounidense” – es decir, el complejo militar-industrial.

En 1990, el valor de las armas, del equipamiento, y de las fábricas dedicadas al Departamento de Defensa representaba un 83% del valor de todas las fábricas y equipos en la manufactura estadounidense. Desde 1947 a 1990, los presupuestos militares combinados de EE.UU. ascendieron a 8,7 billones de dólares. En todo caso, la dependencia de EE.UU. del keynesianismo militar ha progresado a pesar de que la Unión Soviética ya no existe, gracias a los masivos intereses creados que se han atrincherado alrededor del establishment militar. Con el paso del tiempo, el compromiso simultáneo con cañones y mantequilla ha resultado ser una configuración inestable. Las industrias militares desplazan a la economía civil y conducen a severas debilidades económicas. La devoción al keynesianismo militar es, de hecho, una forma de lento suicidio económico.

El 1 de mayo de 2007, el Centro de Investigación Económica y Política de Washington, D.C., publicó un estudio preparado por la compañía de pronósticos globales Global Insight sobre el impacto económico a largo plazo del aumento de los gastos militares. Guiada por el economista Dean Baker, esta investigación mostró que al llegar aproximadamente al sexto año, después de un estímulo inicial de la demanda, el efecto del aumento de los gastos militares se vuelve negativo. Sobra decir que la economía de EE.UU. ha tenido que hacer frente a crecientes gastos de defensa durante más de 60 años. Baker estableció que, después de 10 años de mayores gastos de defensa, habrá 464.000 menos puestos de trabajo que en un panorama con una línea de fondo que se basa en menos gastos de defensa.

Baker concluyó:
“A menudo se cree que las guerras y los aumentos de gastos militares son buenos para la economía. En los hechos, la mayoría de los modelos económicos muestran que los gastos militares desvían recursos de los usos productivos, como ser el consumo y la inversión, y reducen en última instancia el crecimiento económico y el empleo.”

Son sólo algunos de los numerosos efectos nocivos del keynesianismo militar.

Vaciando la economía estadounidense


Se creía que EE.UU. podía permitirse tanto un masivo establishment militar y un alto estándar de vida, y que necesitaba ambos para mantener el pleno empleo. Pero no fue así. Al llegar los años sesenta, comenzó a notarse que la entrega de las mayores empresas manufactureras de la nación al Departamento de Defensa y la producción de bienes sin ningún valor de inversión o consumo comenzaban a desplazar las actividades económicas civiles. El historiador Thomas E. Woods, Jr., observa que, durante los años cincuenta y sesenta, entre un tercio y dos tercios de todo el talento de investigación estadounidense fueron desviados hacia el sector militar. Es imposible, desde luego, saber qué innovaciones no ocurrieron como resultado de esa diversión de recursos y capacidad mental para servir a los militares, pero durante los años sesenta comenzamos a notar que Japón nos estaba sobrepasando en el diseño y la calidad de una serie de bienes de consumo, incluyendo electrodomésticos y automóviles.

Las armas nucleares proveen una ilustración impresionante de estas anomalías. Entre los años cuarenta y 1996, EE.UU. gastó por lo menos 5,8 billones de dólares en el desarrollo, ensayo, y construcción de bombas nucleares. En 1967, el año pico del arsenal nuclear, EE.UU. poseía unas 32.500 bombas atómicas y de hidrógeno movedizas, ninguna de las cuales, afortunadamente, fue utilizada. Ilustran perfectamente el principio keynesiano de que el gobierno puede proveer puestos que hacen cuenta de que fueran de trabajo para mantener a la gente con empleos. Las armas nucleares no fueron sólo el arma secreta de EE.UU., sino su arma económica secreta. En 2006, todavía teníamos 9.960. Actualmente no hay un uso juicioso para ellas, mientras que los billones que fueron gastados en ellas podrían haber sido utilizados para solucionar los problemas de seguridad social y atención sanitaria, educación de calidad y acceso a la educación para todos, para no hablar de la retención de puestos de trabajo altamente calificados dentro de la economía estadounidense.

El pionero en el análisis de lo que se perdió como resultado del keynesianismo militar fue el difunto Seymour Melman (1917-2004), profesor de ingeniería industrial y de investigación de operaciones en la Universidad Columbia. Su libro de 1970: “Pentagon Capitalism: The Political Economy of War,” fue un análisis profético de las consecuencias no intencionadas de la preocupación estadounidense con sus fuerzas armadas y su armamento desde el comienzo de la Guerra Fría. Melman escribió (pp. 2-3):
“Desde 1946 a 1969, el gobierno de EE.UU. gastó más de 1.000.000 de millones de dólares en las fuerzas armadas, más de la mitad bajo los gobiernos de Kennedy y Johnson – el período durante el cual la administración estatal [dominada por el Pentágono] fue establecida como una institución formal. Esta suma de tamaño sorprendente (trata de imaginar 1000 millones de algo) no expresa el coste del establishment militar para la nación en su conjunto. El verdadero coste es medido por lo que se ha dejado de lado, por el deterioro acumulado en muchas facetas de la vida por no poder aliviar la miseria humana de larga duración.”

En una importante exégesis de la relevancia de Melman en la actual situación económica estadounidense, Thomas Woods escribe:
“Según el Departamento de Defensa de EE.UU., durante las cuatro décadas de 1947 a 1987 utilizó (en dólares estadounidenses de 1982) 7,62 billones en recursos de capital. En 1985, el Departamento de Comercio estimó el valor de la maquinaria y equipamiento de la nación, y de la infraestructura, en justo por sobre 7,29 billones. En otras palabras, le cantidad gastada durante ese período podría haber duplicado el capital social estadounidense o modernizado y reemplazado su inventario existente.”

El que no hayamos modernizado o reemplazado nuestro bien capital es uno de los principales motivos por los que, al llegar el Siglo XXI, nuestra base manufacturera se ha evaporado en la práctica. Las máquinas herramienta – una industria en la que Melman era una autoridad – constituyen un síntoma particularmente importante. En noviembre de 1968, un inventario de cinco años reveló (p. 186) “que un 64% de las máquinas herramienta para trabajos en metales utilizadas en la industria de EE.UU. tenían diez años o más. La edad de este equipo industrial (taladros, tornos, etc.) significa que el inventario de máquinas herramienta de EE.UU. es el más antiguo de todas las principales naciones industriales, y marca la continuación de un proceso de deterioro que comenzó con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este deterioro en la base del sistema industrial certifica el continuo efecto debilitador y agotador que ha tenido el uso militar de capital y del talento de investigación y desarrollo en la industria de EE.UU.”

Nada se ha hecho en el período desde 1968 para cambiar drásticamente estas tendencias y eso lo muestran nuestras masivas importaciones de equipamiento – desde máquinas médicas como ser aceleradores de protones para la terapia radiológica (hechos sobre todo en Bélgica, Alemania y Japón), e incluso coches y camiones.

Nuestro breve ejercicio como la “única superpotencia” del mundo llegó a su fin. Como escribió el profesor de economía de Harvard Benjamin Friedman:
“Una y otra vez ha sido siempre el principal país prestamista del mundo el país superior en términos de influencia política, influencia diplomática, e influencia cultural. No es por accidente que hayamos relevado a los británicos al mismo tiempo que tomamos... la tarea de ser el principal país prestamista del mundo. Actualmente ya no somos el principal país prestamista del mundo. En los hechos somos ahora el mayor país deudor del mundo, y seguimos ejerciendo influencia sólo sobre la base de proezas militares.”

Parte del daño causado no podrá ser rectificado jamás. Hay, sin embargo, algunos pasos que este país tiene que dar urgentemente. Incluyen que se revoquen los recortes de impuestos de Bush para los ricos de 2001 y 2003, que comencemos a liquidar nuestro imperio global de más de 800 bases militares, que eliminemos del presupuesto de defensa todos los proyectos que no estén relacionados con la seguridad nacional de EE.UU., y que cesemos de utilizar el presupuesto de defensa como un programa keynesiano de creación de empleos. Si lo hacemos tendremos una posibilidad de librarnos por un pelo. Si no lo hacemos, enfrentamos la probable insolvencia nacional y una larga depresión.

...........

Chalmers Johnson es autor de: “Nemesis: The Last Days of the American Republic,” que acaba de ser publicado en edición en rústica. Es el volumen final de su “Blowback Trilogy,” que también incluye “Blowback” (2000) y “The Sorrows of Empire” (2004).

Para fuentes [en inglés] sobre gastos militares globales, vea: (1) Global Security Organization, "World Wide Military Expenditures" as well as Glenn Greenwald, "The bipartisan consensus on U.S. military spending"; (2) Stockholm International Peace Research Institute, "Report: China biggest Asian military spender."]

Copyright 2008 Chalmers Johnson

0 comentarios: